lunes, 21 de septiembre de 2009

"Nunca despiertes"

"Es mío" Ouka Leele




La jornada de trabajo ha sido larga e intensa. Llego a casa cansada y sin ánimo de comer quizá a causa de este dolor de cabeza que me acompaña desde la mañana. Una buena ducha y acostarme será la mejor solución. Apoyé la cabeza en la almohada y caí en un profundo sueño al instante.


Allí estaba parada frente “Al juicio de Paris”. Observé como poco a poco tomaba vida. Recién entonces me di cuenta que yo también estaba desnuda. Las diosas se movían voluptuosamente y hablaban una lengua que no conocía pero que creía poder comprender. Ahí estaba, de pie escuché los cargos. Era culpable, me sentía culpable.
Volteé la cabeza al sentir que tocaban mi pelo. Un grupo de mujeres también desnudas empezaron a cepillar mi cabello. Inicialmente resultaba agradable hasta que noté que crecía con cada pasada de los cepillos. Creció rápidamente hasta llegar al suelo, me angustié y quise irme, pero el aire era tan denso y tan fuertes las manos que sostenían mi cabellera, que no paraba de crecer, que era imposible avanzar. Siento mucho calor estoy sofocándome. La angustia me sobrepasa, quiero pedir ayuda pero no consigo articular palabra hasta que mi garganta estalla en un grito
“¡Es mío! ¡Es mío! ¡Es mío!”


Abro los ojos. Que pesadilla, estoy empapada en sudor, sofocada de calor. Huele a quemado “¿A quemado?” “¡Dios, la casa está en llamas, tengo que salir de aquí!”
Al bajar de la cama caigo hasta quedar colgada de su borde. Me doy cuenta que la cama está en un saliente a mitad de un precipicio. Veo cuerpos desnudos que caen rodando, golpeando contra las rocas prominentes, gritando y suplicando. Por debajo de mí las llamas del averno, aullidos de dolor y miles de voces que repiten rítmicamente “Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”
De rodillas sobre la cama y con una Biblia en la mano un sacerdote colérico me grita “¡Pecadora, pecadora!”
Cierro mis ojos, quiero dormirme, deseo regresar a mi sueño. Escucho la voz del sacerdote que sigue gritándome.
“¡No te duermas, despierta, despierta, debes regresar al infierno por los siglos de los siglos, Amén!”


Estoy de pie frente a las Diosas que siguen enumerando cargos. Empapada en sudor, sofocada de calor pero no pienso moverme, no. No quiero despertar. Firmes manos peinan con suavidad mi larga cabellera.

"La caída" Rubens

Otros colegas del averno que trabajan con la misma foto

http://visionesdelaluna.blogspot.com/2009/09/otono.html

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martes, 15 de septiembre de 2009

"Perdido"


Mezclado entre la realidad y la ficción anda mi Yo.
¿Y si me pierdo y quedo de este lado?
¿Qué pasaría?
¿Quién se arrojaría al laberinto a buscarme?

Recorro calles paralelas que por momentos son perpendiculares. El hilo de Ariadna se cortó. Oigo la carrera absurda del Minotauro que grita mi nombre, mientras su aliento a bestia sedienta llega a mi nuca. El olor de mis heridas me hace detectable ante las sombras que no paran de arrastrar sus cadenas, conforme corro, corren tras de mí. Todo esfuerzo es en vano. El sudor se mezcla con la sangre, el ardor en mi piel me recuerda lo frágil que es la línea, lo simple que es pasar de aquí a allá, sólo un pequeño paso que no tiene retorno. Veo tu cuello entre mis manos y te reconozco por un instante, ¿qué hago? si eres tú; vacilo, te suelto y te oigo toser. Te transformas en la bestia que vuelve a la carga. Alzo el puño y me defiendo, descargo todo mi miedo una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez... hasta el cansancio.

Sentado en el suelo y apoyado en la pared recupero el aire, una bocanada de realidad llena mis pulmones. Estoy bañado en sangre, con los brazos ardidos por los arañazos, y tú...
¿Qué haces tú en el suelo...?
¿Quién te ha hecho esto amor mío?

Ahora,
paseo por un pequeño piso,
con un cuerpo inerte entre mis brazos.
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sábado, 12 de septiembre de 2009

"Blog"


Jajajajajajajajajajajajajajajaja!!!!!!!!
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Abrazos y besos para todos, los reparten como quieran

"Un flautista por favor"


Hubo un tiempo en que las ratas eran animales del campo. Pasaban libremente de unas tierras a otras. Robaban para comer, a veces en los graneros, otras en los corrales o directamente en los cultivos.
Luego se instalaron en las zonas suburbanas, lugares que la gente de bien de las ciudades solían evitar por miedo a las ratas. Pero en algún momento, que no sabría determinar, estas llegaron a la ciudad.
Se camuflaron y hoy viven entre nosotros, en cualquier casa... en la del vecino quizá, en los ministerios, en los juzgados, en las iglesias, en los cuarteles, en las grandes empresas, en los despachos.

“Érase una vez una bella ciudad llamada Hamelin. Pero una mañana, al despertarse, las gentes de Hamelin descubrieron que la ciudad se había llenado de ratas”
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lunes, 7 de septiembre de 2009

"El zángano"

Jan Saudek



Todo empezó hará unos siete meses. Llegué al rancho desahuciado, famélico y con un caballo moribundo de cansancio. Hablé con el capataz quien ordenó me dieran comida y una cama y se marchó diciendo que del trabajo hablaríamos mañana. Así fue que empecé a trabajar como vaquero en el rancho por una paga razonable. El rancho abarcaba más allá de lo que alcanzaba la vista. Había muchos hombres trabajando y también varios capataces para organizar y controlar el trabajo.


La explotación funcionaba al máximo. Por un lado había grandes cuadros dedicados a la agricultura donde trabajaban mujeres y hombres en su mayoría negros. Luego estaban las minas; el Coronel Robert, como le llamaban quienes le habían conocido, tuvo la suerte que hubiera tres minas en las tierras que recibió de mano del gobierno y él supo ponerlas a funcionar inmediatamente. Allí trabajaban sobre todo indios y algunos pocos negros. Y luego estábamos los vaqueros, un grupo de unos cien hombres con tres capataces que eran responsables de la ganadería.


Todo este enjambre de personas y animales trabajando era comandado por la Señorita Liss. Única hija del Coronel Robert que se hizo cargo del trabajo de su padre cuando heredó las tierras en las que había nacido y se había criado. Sin duda había que tener mucho coraje y mano dura para llevar un rancho con tantos hombres y la Señorita Liss tenía ambas cosas. Por las tardes se reunía con los capataces para enterarse del resultado de las tareas del día y dar nuevas órdenes para la jornada siguiente. Otros días recorría en carro o a caballo algunos puestos en las zonas de trabajo para dar instrucciones directas a los encargados.


Durante los dos primeros meses no me había cruzado con ella. Fue en un atardecer cuando estábamos terminando de arreglar una cerca que el ganado rompió durante la noche, que su carro pasó por el camino muy cerca del sitio donde me encontraba. A pesar de las reiteradas advertencias de mis compañeros para que no la mirara, me fue imposible no hacerlo y descubrí la mujer más bella que jamás había visto. Sus ojos se detuvieron en los míos.


Desde ese momento, cálidos sueños se apoderaron de mis noches. Durante el día estaba pendiente de su salida al campo para buscar la forma en que nuestros caminos y nuestras miradas se cruzaran. Mis preguntas acerca de la Señorita Liss aumentaron. Entonces descubrí que los nuevos también soñaban con ella y que los que llevaba más tiempo no querían hablar del tema.


Fue recién una noche que apurábamos una botella de whisky con el viejo Saya, el cocinero de nuestra barraca, cuando este soltó la lengua. Me contó que la Señorita Liss cada tanto elegía algún hombre para llevarlo a su casa y a su cama. Dijo también que al elegido lo llamaban el zángano y en medio de un ataque de risa y tos agregó que la Señorita Liss, gustaba de cortarles las pelotas a los hombres que pasaban por su cama. Luego de empinar el último trago que quedaba en la botella dijo “ninguno de los hombres que he visto entrar en la mansión han vuelto a salir. Olvídate de ella muchacho, te juegas la vida” Dicho esto cayó del tronco en el que estaba sentado y quedó allí, durmiendo con la boca abierta.


Tomas, el único negro que había entre los vaqueros y con quien solía compartir algunas largas noches de ronda por el campo para evitar la entrada de pumas y cuatreros, fue quien me confirmó toda la historia del viejo Saya. Tomas decía además saber esto de muy buena fuente ya que su sobrina Luna, una negra joven de ojos muy redondos, trabajaba en la mansión y ella misma había limpiado la sangre en el piso del dormitorio las dos últimas veces. Esto explica porque muchos de los hombres evitaban la mirada de la Señorita Liss. Algunos pensaban que lo hacia en busca de una descendencia y otros creían que solo lo hacía por diversión. Cuando pregunté a Tomas porqué él no apartaba su mirada a su paso, simplemente señaló su piel y dijo “ Ni negros ni indios” y con una gran sonrisa que dejó ver sus dientes blancos continuó “Es la primera vez que ser negro me protege de algo” y soltó una carcajada que cruzó la noche llenando el valle. Más tarde me contó que cuando la señorita Liss castraba a sus amantes, exhibía el arma ensangrentada, ese día se mataban varios animales y se hacía una gran fiesta a lo largo de todo el rancho. Entre los trabajadores la llamaban la fiesta del zángano y a sus espaldas llamaba a la Señorita Liss, la abeja reina.


Durante los meses siguientes y a pesar de todas las advertencias, no perdí oportunidad de cruzarme en el camino de la Señorita Liss.
Cada vez nuestras miradas se sostenían por más tiempo y con mayor intensidad. Mi deseo por esa mujer crecía.

Fue un día a media mañana, mientras movía el ganado de un cuadro a otro que el capataz se acercó para decirme que me esperaban después del mediodía en casa de la Señorita Liss. La noticia que había un nuevo zángano corrió como la pólvora. Cuando a primera hora de la tarde monté rumbo a la casa cargado de excitación, todas las miradas se depositaban en mí en una despedida silenciosa.


Al llegar a la entrada fui recibido por los guardias que se hicieron cargo de mi caballo y me pidieron que siguiera a pie por el sendero de árboles hasta la casa. Avanzaba en esta tarde soleada cuando desde un claro pude ver en una de las ventanas de la segunda planta la esbelta figura de la Señorita Liss. Entonces me pregunté si valía la pena. Las puertas de la mansión se abrieron y fui acompañado por una mujer hasta un salón en cuyo centro me esperaba una tina de agua caliente y el mejor baño que me hubiera dado nunca. Una india que manejaba la navaja con gran habilidad fue la encargada de afeitarme, mientras otras se afanaban trayendo cubos con agua caliente, las últimas en entrar dejaron ropa limpia sobre una silla. Dentro de la casa sólo trabajaban mujeres, indias o negras, pero sólo mujeres por orden de la Señorita Liss desde la muerte de su padre.

Ya limpio y vestido como para una fiesta fui conducido por grandes salones hasta a un lugar donde había una larga mesa preparada para la cena. Allí me sirvieron una copa y me pidieron que esperara que la Señorita Liss no tardaría en bajar. Mientras tanto observé que a través de los grandes ventanales se veía todo el valle que iba cubriéndose de sombras. Imaginé a Tomas preparándose para la ronda nocturna. El ruido de la puerta me devolvió a la realidad cuando entró Liss. Hermosa, increíblemente bella. No se acercó a mí, simplemente me saludó inclinando su cabeza y se sentó a la mesa en el extremo opuesto. Yo hice lo propio. Varias mujeres entraron con manjares en bandejas de plata. Recordé al viejo Saya y su guiso de carne con judías con el que nos alimentaba todos los días.
Cenamos en silencio. Luego tomamos una copa, fumé un cigarro y para mi sorpresa ella también.


Cuando la oscuridad reinaba afuera me pidió que la acompañara y subimos al dormitorio en la segunda planta. Entre sombras me miró a los ojos durante largo rato. Por mi cabeza pasaron los incontables días en que me crucé en su camino para encontrar esa mirada. Se acercó y apoyo su cabeza en mi pecho. Su piel emanaba toda la sensualidad y toda la sexualidad que un hombre podría imaginar o desear...


Desperté en una cama tan grande y cómoda como jamás había conocido. La luz de la mañana me permitía descubrir un amplio dormitorio de inmensos ventanales, como los que rodeaban toda la mansión, con cortinas hasta el piso. Liss dormía a mi lado y mis pelotas todavía estaban en su sitio. Me sentí feliz, tocaba el cielo con las manos.
En los días siguientes sólo salíamos del dormitorio para bañarnos o comer y a veces ni siquiera eso. Las horas se llenaron de risas, caricias, breves charlas y pasión, mucha pasión.


En el sexto día, mientras esperábamos nos subieran un desayuno al dormitorio, miré por el ventanal y noté que abajo el valle se estaba vistiendo de fiesta.
En el séptimo día cuando desperté Liss no estaba a mi lado. Aún no se había desperezado la mañana cuando entraron al cuarto tres hombres que me arrancaron de la cama y así, desnudo como estaba me ataron a una silla y se marcharon. Pasó un buen rato hasta que Liss entró. La miré. Le pedí que me desatara pero no lo hizo, ni siquiera me contestó. Sin embargo, en silencio se desnudó frente a mí. Me acarició y me besó, me dejé llevar, comprendí que este era el final del camino. Abrió sus piernas y se sentó sobre mí, juntos alcanzamos el placer una vez más.
Cuando se separó de mí cogió un sable, que supuse habría sido del Coronel y lo puso entre mis piernas. No dije nada, no intente convencerla de nada. Me pregunté si había valido la pena y supe claramente que sí. La mirada de esa mujer haría que cualquier hombre perdiera la cabeza por ella y estaba a punto de comprobar que no sólo la cabeza. “El cuerpo de esa mujer bien vale la vida”pensé. Será esta mi última semana, pero es la mejor semana que haya tenido o que hubiese podido llegar a tener en toda mi vida. Simplemente acepté mi destino.


Ella me dio dos opciones. La primera era un corte rápido que arrancara los genitales de raíz, ahí, en el lugar donde ahora sentía el frío filo del sable ansioso de sangre. Yo elegí la segunda opción.
Abrió la puerta y habló con una india que esperaba de pie. Momentos más tarde entraron dos hombres trayendo un cordero maniatado. Liss apoyo el sable en el pecho del animal y mirándome a los ojos, con un movimiento rápido y firme lo atravesó de lado a lado. El cordero murió al instante y se desangró en el suelo hasta que se lo llevaron. Se sentó frente a mí con el sable ensangrentado, en silencio nos miramos, su mirada había cambiado. Finalmente salió al balcón del dormitorio y exhibió el arma bañada en sangre, un momento más tarde estalló la fiesta en el valle. Ella cerró el ventanal y se marchó.


Así permanecí hasta que la noche abrazó el valle y fue recién entonces cuando Liss regresó. Desató las cuerdas que me sujetaban a la silla y después de tirar sobre la cama las ropas con las que había llegado a la casa, ordenó que me vistiera. Ella misma me acompañó a atravesar la casa, que ahora estaba desierta y en sombras, hasta llegar a una de las puertas traseras donde me esperaba mi caballo cargado con mi muda, que alguien habría recogido de la barraca y con comida como para un largo viaje. En la puerta me entregó la bolsa con el dinero que ella misma me había ofrecido. Sin mediar palabra monté y me marché para nunca volver como lo había prometido. El viento del norte traía a mis oídos la música que subía del valle. La mejor música que haya oído nunca.

Los otros colegas:

http://visionesdelaluna.blogspot.com/2009/09/cara-y-cruz.html

http://nuevepuertas.wordpress.com/2009/09/07/morir-por-un-sueno/#more-4149

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