A veces lo hacía cariñosamente y otras con cierto enfado, pero siempre que regresaba a la casa entraba con la mirada de una adolescente enamorada. En las pocas oportunidades que me atreví a preguntarle con quién hablaba, sólo me decía “- ¿Aún no lo ves? Ya lo verás... ya lo verás.” Y se dirigía a la cocina a preparar los dulces que más le gustaban a mi abuelo, y de los que para entonces disfrutábamos sus nietos y bisnietos.
Ha pasado poco más de un año que la abuela cerró sus ojos a nuestra vida. Y desde hace meses sé que esta casa no la venderé nunca.
Cada tarde me siento en la silla de la galería y los veo pasear cogidos de la mano por la alameda a orillas del lago. Hay días que sólo se miran acaramelados, otros hablan entre risas o escucho a la abuela regañando al abuelo pero siempre amorosamente. Como han sido sus vidas.
Me doy cuenta que mis hijos mayores no los ven y pienso “ ya los verán”. Por ahora es un secreto que comparto solamente con mi hijo menor que al verlos se sonríe y estirando su mano regordeta balbucea “ Abu... abu...”