El cansancio, producto de la espera de sus hijos y sus maridos, se ve reflejado en los rostros. Nadie se atreve a preguntar. Se temen lo peor...
Hace unos días se hicieron realidad los peores augurios pronunciados en la plaza de toros de La Coruña. Ellos, no pudieron soportar las comunas y los concilios, el amor libre y la aprobación del aborto. Los cantos de libertad. Nosotros, no podíamos olvidar los torturados de Montjuich, los años de brutalidad opresiva ni el Octubre del treinta y cuatro.
Junto a Ríos y Picallo organizamos la defensa de la villa. Se levantaron alambradas, barricadas de sacos y se cavaron trincheras, se repartieron armas y municiones,
Algunas mujeres, acompañadas por unos pocos hombres y con mínimas provisiones, salieron al monte repartiéndose en grupos por lugares alejados de la contienda. Los que fueran capaces de sostener un arma a las trincheras. Luchábamos por un sueño, un ideal, una ilusión.
Las tropas de Oliete no tardaron en sitiar la ciudad. Ampliamente superados en número y armamento, comprendimos cual era nuestro destino. Hombres, cañones y carros de asalto bendecidos por las sotanas, se lanzaron a tomar la ciudad. La lucha fue sangrienta, vi caer a mis amigos, a mis vecinos. Labriegos como yo. Vi, rodilla en tierra a Rodrigo, el hijo del panadero, disparar hasta agotar su munición antes que le volaran la cabeza. También vi caer a su padre y a su hermano. Paladeé el sabor de la pólvora mezclado con la sangre y el polvo de las trincheras. El fuego de los morteros apenas se detenía una hora por la noche. Primero se terminaron las municiones, luego los hombres. Ríos agotó sus balas y como pudo, luego de lanzar su última granada, organizó la improvisada retirada.
La ciudad fue tomada. Los que conseguimos salir nos refugiamos en el monte, para los que quedaron la represión fue brutal.
Antón Suárez Picallo, Antoni Carballeira y Manuel Prego, aparecieron torturados y asesinados en la vera de un camino. Maniatado, pero sin vendas en los ojos y al grito de: “¡Viva la libertad!”, fue fusilado Fernández Pita.
Las botas y los crucifijos, brindaron en sus cálices de plata por nuestra sangre derramada. Los cuervos se comieron nuestra carne. Los banqueros sin hambre,con cadenas de oro en sus bolsillos, ostentaron el nuevo poder.
Llevamos días tratando de llegar a los lugares seguros, escondidos durante las horas de luz y avanzando en pequeños grupos en la oscuridad, para evitar las partidas que nos buscan incansablemente. Esta noche, aprovechando la falta de luna, robé la mula y la comida de mi propia casa.
Ahora... aquí llego, la puerta se abre y cientos de preguntas me llegan en el silencio de sus miradas, ¿cómo relatarles las muertes de sus hombres, sus hijos y sus nietos?¿cómo describir el canto de libertad que llevaban en su frente antes de caer abatidos por los traidores? La muerte se lleva los mejores.
¿Cómo decirles que me llevaré a los que quedan? Vengo reuniendo a los milicianos, nos vamos camino a Miño. Cuentan estos montes que allí está José Monzo Ríos reorganizando a las milicias. Queda mucho por andar, habrá triunfos y derrotas. La historia nunca acaba de escribirse...
- Con permiso...